PRÓLOGO

 
 

Las homilías de los grandes Santos Padres de la Iglesia todavía hoy llenan la oración oficial de la misma Iglesia de Jesús, particularmente en el rezo del Breviario. San Agustín, San León, San Ireneo, San Cipriano, obispos, y mártires algunos de ellos, nos han dejado en sus comentarios dominicales al Evangelio el testimonio de una palabra pastoral comprometida con la Palabra de Dios y con la vida del pueblo.

Ni ha terminado la era de los Santos Padres de la Iglesia, ni ha terminado la validez de sus homilías. El pueblo de Dios sigue caminando y sigue soplando verdad y esperanza el Espíritu de Dios.

Nuestra América muy particularmente puede gloriarse de grandes Santos Padres de plena actualidad. Y entre todos ellos, posiblemente, el más emblemático, monseñor Oscar Arnulfo Romero, obispo y mártir, "san Romero de América, pastor y mártir nuestro".

A lo largo de los años más duros de la guerra civil salvadoreña y bajo una auténtica dictadura militar de salvaje represión, Romero levantaba cada domingo su voz, aterciopelada, vibrante como un cuerno de jubileo, para iluminar a la luz de la Palabra el día-a-día, el sufrimiento y la esperanza, la vida y la muerte de su pueblo salvadoreño.

Difícilmente habrá habido en toda la historia de la Iglesia una expectación y una atención mayores y más multitudinarias para las homilías de un pastor. Todo El Salvador vivía pendiente, domingo tras domingo, de la homilía de Monseñor. Aquella palabra dominical, glosa del Evangelio y de la vida del pueblo, iluminaba, consolaba, fortalecía.

No era un comentario aséptico, más o menos erudito, etéreamente religioso. Era una meditación comprometida con la Palabra de Dios y con el grito del pueblo; un clamor por la justicia y la denuncia profética de la represión, de la violencia y la injusticia estructural, y al mismo tiempo una consoladora presencia de aquel pastor que hacía del "acompañamiento" su verdadera misión en esas horas dramáticas de su gente.

Por la verdad profética de esas homilías, por la unción con que fueron vividas y dichas, por el aval definitivo de la sangre martirial con que fueron selladas, las homilías de monseñor Romero continúan siendo de plena actualidad.

Cuando recibí la carta que el teólogo Jon Sobrino me escribió, pidiéndome una palabra de aliento para el obispo hermano que volvía muy herido de su viaje a Europa, Romero era ya mártir. Fue entonces cuando escribí, conmocionado, mi poema al pastor salvadoreño. El poema termina diciendo, con la más incontestable convicción:

«Nadie hará callar tu última homilía»

Nadie puede hacer callar las homilías vivas del profeta y mártir san Romero de América. Difundirlas ahora por Internet es un deber, un servicio, una gracia. Que sigan gritando justicia, esperanza, evangelio, ahora más allá de El Salvador, y más allá de Nuestra América también, las homilías proféticas de Romero.



Pedro Casaldáliga

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